Nikoplos despertó con la cabeza aturdida. Un sudor frío empapaba su cara y sus extremidades temblaban, casi a su son, con un baile que a este se le antojo de lo mas macabro.
Su vista apenas podía distinguir la casa del carpintero que lo había criado, a las horillas del mar.
Camidla se incorporo, y con una mano agarro con firmeza el paño humedecido, mientras que la otra con la dulzura de una madre sostenía su barbilla.
Nikoplos se desvaneció de nuevo. En sus sueños la oscuridad le perseguía, y un ser hecho de la misma eterica sustancia de los sueños, combinada con la locura de la fiebre, seguía sus pasos, dando rodeos sin sentido que lo acercaban cada vez más a su presa.
Cuando por fin lo alcanzo, no lo hirió, subió a una enorme esfera y comenzó a rodar sobre ella como si fuese su medio de transporte habitual. Mientras reía con una risa histérica la cual turbaba la conciencia adormecida y dolorida del muchacho.
Después de eso todo se torno negro, y el dolor desapareció.
Nikoplos se levanto del catre de lana. Su herida estaba curada, y aun mantenía su orgullo intacto. No había nadie en su casa así que decidió salir a dan un paseo. Al fin y al cabo el aire le refrescaría, y daría fuerzas