El reencuentro ((Privado))

La joven reina llevaba casi un mes encerrada en su habitación, sólo salía para comer y para trabajar en su despacho. Las visitas más importantes las atendía su consejero ya que Nefertari no quería que nadie la viera así.
Se había cruzado a su hermana por los pasillos, pese a tratar de esquicavarla. No logró mirarla a la cara.
Esa mañana había estado repasando unos documentos sobre los gastos por las reformas del templo. El trabajo era el único medio que tenía para distraerse un poco y salir de su amargura.

Acababa de salir el sol y su consejero personal llamó a la puerta y entró. Le dijo que debería salir, que debería dar una vuelta, salir a pasear. Nefertari se negó, pero ante la insistencia del ex-militar terminó cediendo.
De mala gana salió al exterior, hacía días que no pisaba la arena. Subió a un caballo y juntamente con algunos guardias y su consejero, fueron a dar un paseo por el desierto.
Su consejero trataba de darle conversación, pero Nefertari no estaba de ánimos. Finalmente, decidió anunciarle algo a su buen amigo.

“Creo que aceptaré casarme con alguno de los nobles propuestos por mi tía. Hay un cartaginés que…”empezó a explicar la joven.

“Nefertari, te hablo como amigo, no como consejero ni como tutor, y creo que no deberías hacerlo” contestó el hombre.
“pero quizás sea lo mejor para todos…”dijo la reina con la cabeza agachada. De pronto la levantó, como si reaccionara.
“¿Dónde estamos?”preguntó desorientada. Había estado siguiendo al grupo, sin darse cuenta de a donde iban.
“Cerca del oasis. Es uno de los oasis más bonitos que habrás visto. Aunque no sé si ya has estado.” explicó el consejero “pensé que un lugar tan relajado quizás te ayudaba.

No tardó en ver los árboles en el horizonte. Al llegar bajaron de los caballos. Nefertari pidió estar sola. Los guardias se esparcieron por el oasis, que era bastante grande.
A los pocos minutos Nefertari estaba absolutamente sola, sentada bajo la sombra de unos árboles, mirando el agua fijamente. Recordó a Sed, especialmente lo que le dijo el día que se conocieron. Cerró los ojos y trató de escuchar la canción, la música del viento acariciando las copas de los arboles, la suave melodía del agua. Un ruido desconocido sonó tras de sí, ella se giró y vio a Sed.
Tuvo que parpadear varias veces para comprobar que era real.

Pensó en ir a abrazarlo, pero se reprimió. No debían. Sabía que quizás su amor hiriera a su hermana.
“No deberías estar aquí. Me temo que debo pedirte que te vayas” dijo volviendo a mirar el agua.

Volvió a sentir el impulso de abrazarlo y de no separarse nunca de él pero volvió a contenerse.
“Que nos hayamos encontrado por una jugarreta de la fortuna sólo nos hace daño.” Dijo poniendo una mano en su hombro para tratar de consolarlo. No quería verlo así.

“Sed… debes entenderlo. Esta era la mejor opción. Quiero mucho a mi hermana y lo que hizo estuvo realmente mal, pero es mi hermana y tarde o temprano haremos las paces. Si te hubieras quedado, las cosas habrían empeorado. Y ahora nadie te busca, puedes volver a la ciudad si quieres, pero debes mantenerte alejado del palacio.” Dijo haciendo esfuerzos para que no le temblara la voz.
Todo era complicado. Quería que Sed se animara, debía salir adelante.
“Vas a conocer a una chica y vais a ser felices. Tendréis hijos y luego nietos, y ni siquiera te acordarás de mi.” Dijo la reina. Realmente quería que Sed la olvidara, aunque sabía que ella no lo olvidaría jamás. Quería que fuera feliz, sentía su dolor clavado en el corazón.
-Cada lagrima que derramas es una puñalada a mi corazón-pensó recordando lo que una vez le había dicho su amado.

“Sed, y-yo ya no te quiero.” Mintió apartando la mirada, de nuevo hacia el agua. Pensó que quizás si le mentía el terminaría olvidándola. Pensó que si se hacía a la idea de que era un amor imposible, podría conseguirlo.
Nefertari sintió los ojos llenos de lágrimas, pero no las dejó escapar.
“Es más, creo que… creo.. Creo que te odio. Te odio por lo de mi hermana.” mintió. Fue entonces cuando las lágrimas comenzaron a resbalar por su mejilla. Quiso decirle que lo seguía queriendo y que lo querría hasta el fin de sus días, pero eso solo les haría daño.

“Me voy a casar.” Continuó consiguiendo que no le temblara la voz. “lo que ves en mis ojos es amor, pero amor por otro hombre.” volvió a mentir.
Sabía que esas palabras le dolerían, pero no más de lo que le dolían a ella. Rezó interiormente a los dioses para que la perdonaran por mentir, por mentirle a él. Rezó también porque no lo estuviera pasando tan mal como ella durante todos esos días, un rezo tan repetido a lo largo de ese tiempo que ya casi era un eco en su cabeza.
No tuvo valor para mirarle a los ojos. Se quedó quieta, mirando el movimiento del agua. Se produjo un silencio, incomodo, doloroso y amargo. Fue él quien lo rompió.

Era cierto, tarde o temprano las mentiras ahogarían a su ser. Todo lo que decía Sed era verdad, pero la verdad dolía. Dolía saber que se amaban mutuamente más que ninguna otra pareja en el mundo. Pero aún así creyó que debía volverlo a intentar. Sólo había una cosa que no era verdad: que con las mentiras todo se volvería en un infierno. Ya estaba en él. Estaba en un infierno desde que supo lo que había pasado. Aun así, el estar a su lado, diluía en infierno, su voz hacía que un pequeño y efímero paraíso existiera en ese inframundo en el que vivía.
Reunió fuerzas para mirarle a los ojos con frialdad, pero no aguantó más de diez segundos. Su mirada se volvió tierna y dulce.

Sed la besó y ella le correspondió. No podía resistirse a aquel beso, sabía que no podía resistirse a Sed.
“Ya te dije, que mi ejecución se había producido cuando entrasteis por aquella puerta. No seré nunca más la misma”dijo aun muy cerca de él.
-..hasta que esté contigo-pensó la reina. Trató de quitarse ese pensamiento de la cabeza ya que sabía que sería muy difícil y no quería hacerse ilusiones.
“Que este sea nuestro beso de despedida. Te lo ruego, vete. Piensa lo que quieras: que te quiero o que te odio; pero lo que es verdad es que no te he podido perdonar lo que hiciste.” Dijo separándose un poco del joven.

Odiaba que todo fuera tan complicado. ¿por qué la habrían traicionado así las dos personas a quienes más quería?
Querría haber podido ir atrás en el tiempo y evitar que se conocieran en los pasillos de los palacios, para tenerlo solo para ella. Seguía convencida de que la traición se había producido después de que se conocieran ella y Sed. Una parte de ella los odiaba por ello, pero la otra parte pensaba en que eran su hermana y su amado y que los quería.

“No me obligues a llamar a los guardias, por favor” dijo en un susurro.

Nefertari estaba confusa, no sabía qué era verdad y qué era un engaño. Si realmente había estado con su hermana antes de conocerla, quizás no sería tan grave. Podría llegar a perdonárselo. Aun así, si hubiera sido de ese modo, el hecho de que se hubiera dejado llevar de ese modo decía muy poco de él y de su hermana.
“Si no la quieres, lo que hiciste fue horrible.” dijo frunciendo el ceño.

“¿Cómo pudiste dejarte llevar por tus instintos de un modo tan… tan irracional, tan animal?” preguntó, aunque sin esperar respuesta. “Sólo lujuria y placer… ¿Qué clase de hombre haría eso?”dijo enfadada.
Enfado. Miedo. Amor. Rabia. Tristeza. Añoranza. Soledad. Cariño. Los sentimientos que afloraban en el corazón de Nefertari y se debatían para hablar primero. Era el turno del enfado.
Se levantó y dio unos pasos hacia delante, hacia el agua, se quedó justo en el borde de la arena. Y habló sin mirar atrás, sin mirar a Sed.

“Si yo no existiera, si nunca hubiera existido y por lo tanto nunca nos hubiéramos conocido… si entonces alguien te preguntara si amas a Hatneferet, ¿qué responderías?”dijo ella.
Entonces se giró, tenía los ojos humedecidos por las lágrimas.
“Contesta la verdad, te lo suplico” dijo con la voz temblorosa. Al parecer la añoranza y la tristeza habían conseguido hablar. ¿Cuándo sería el turno del amor?

Antes de que tuviera la oportunidad de responder se dirigió hacia Sed, se sentó a su lado y lo abrazó, buscando consuelo en sus brazos.

Lloró en su hombro, escondiendo su cara en el cuello de él. Deseó con todas sus fuerzas que ese tormento terminara pronto, ya eran demasiadas las lágrimas derramadas por ambos.

Nefertari escuchó cada una de las palabras de Sed como si su alma dependiera de ellas, como si no hubiera más palabras en el mundo.
-¿Con todos mis defectos? Pero si es perfecto…-pensó abrazándolo con más fuerza.
Cuando terminó de hablar hubo un silencio, pero no de esos que hay cuando faltan palabras, sino de los que se hacen cuando no son necesarias. No era un silencio incómodo. Permanecieron unos segundos abrazados, ambos lloraron.
Nefertari se separó unos centímetros y al ver que una lágrima resbalaba por la mejilla de Sed, le dio un beso justo en el lugar en el que estaba la gota.

La joven le cogió las manos a Sed y las sostuvo entre las suyas. Lo miró a los ojos, secándose las lágrimas, fue una mirada llena de amor y dulzura, fue más cálida que un beso y más dulce que una caricia. En ese instante, sus miradas hablaron. Por una parte pidieron perdón y por la otra perdonaron.
Nefertari se acercó a sus labios, lentamente, pero de pronto se alejó.

“Júrame que a partir de hoy no habrá ninguna otra mujer en tu vida a parte de mi. Necesito oír que lo dices” dijo con seriedad.

De pronto pensó en su hermana. ¿Y si ella sí que quería a Sed? Le haría daño y no quería herir a su hermana. Pero había sido ella quien había denunciado a Sed… ¿habría hecho eso si lo amaba?

Estuvo pensando unos segundos, alejándose de todo, del desierto, del oasis y en cierto modo hasta de Sed, en un mundo en el que solo existía su propia voz en su cabeza. Pensó en los sentimientos de Sed hacia su hermana y viceversa. Le creía cuando decía que sólo la amaba a ella, pero ¿y su hermana? ¿Amaba a Sed? Pensó en las palabras de sed.

-como el viento- dijo para si misma. Se fue tal como vino. Todo parecía indicar que no se amaban, que se había hecho momentáneamente feliz el uno al otro.

Volvió a la realidad, de nuevo se acercó a su amado. Rodeó con sus brazos el cuello de Sed, con delicadeza, lentamente, se acercó a sus labios, pero se quedó a unos centímetros de ellos, saboreando ese momento. Adoraba hacerlo, adoraba que fuera él quien se acercara en los últimos centímetros. La impaciencia, su aliento, ese dulce preludio del beso.

“Te amo.” susurró separándose en medio del beso para luego continuar.
“Lo de antes no era verdad… nunca he querido a nadie más y nunca lo querré, no te odio, te perdono y no me casaría con alguien que no fueras tú.” dijo corrigiendo todo lo falso que había dicho.

Sabía que él lo sabía, pero quería decirlo. Sentía que debía hacerlo.
Volvió a besarlo, pero apenas se habían acariciado sus labios de nuevo que una voz se oyó a sus espaldas.
Era el capitán de la guardia.
“¡majestad!” exclamó el hombre sorprendido.
La joven se ruborizó y le ordenó con nerviosismo que se fuera con todos los guardias. Dijo que ya volvería ella por su cuenta.

El militar tardó unos segundos en reaccionar, pero cumplió la orden sin rechistar. Nefertari bajó la cabeza algo avergonzada. No sabía lo que debía de haber pensado el capitán al verla en esa actitud tan cariñosa con un hombre. Seguramente no era lo más estrictamente correcto, pero Nefertari pensó en que no podía haber nada de innoble en ese amor y que, si alguien lo calificaba de ese modo, sería por tener la desgracia de no haber sentido algo así.
Cuando las pisadas de los caballos se hubieron perdido en la lejanía, Nefertari apoyó su cabeza en el hombro de Sed, cogiéndolo del brazo.
Se acordó de la primera vez que se vieron. Recordó el bofetón que le había propinado y no pudo evitar sonreír.

“Debes de quererme mucho porque has aguantado innumerables bofetones y mis arranques de carácter” dijo riéndose de sí misma.

De pronto se dio cuenta de que estaba oscureciendo, el sol se iba escondiendo con lentitud en el horizonte y ya empezaban a verse unas pocas estrellas en el firmamento.
Tiró del brazo de Sed hacia abajo, para indicarle que se tumbara. Ella se estiró a su lado, mirando hacia el cielo.
El firmamento iba cambiando de color con suavidad, del naranja al azul y luego al morado, para finalmente terminar en tonos azules muy oscuros.

Tuvieron conversaciones muy triviales mientras buscaban figuras y formas en las estrellas. Al principio Nefertari no veía por ningún sitio las siluetas que resultaban tan claras y evidentes para Sed. Poco a poco fue familiarizándose con aquellos mágicos puntos blancos, hasta empezar a ver figuras de lo más variopintas en el cielo.

De pronto, pudo ver con total claridad la forma de una pareja dibujada en la bóveda celeste. Emocionada se lo dijo a Sed con un aire casi infantil.
Luego callaron. Era curioso lo cómodos que eran esos silencios. Se miraron de nuevo y se besaron, se quedaron abrazados. Fue entonces cuando Sed planteó sus preguntas.
Nefertari sonrió, sonrojándose ligeramente.

“La verdad es que al contrario que la mayoría de jóvenes solteras, no me lo he preguntado nunca. Pero sean cuantos sean, será lo que debe ser.” dijo respondiendo la primera pregunta.
“nos casaremos donde quieras. El donde sólo es una anécdota, lo importante es el para siempre.” Dijo acurrucándose a su lado, por la brisa nocturna del desierto.
“Y lo del lado de la cama… la verdad es que no lo sé. Creo que me da igual.” contestó riéndose.
Eran preguntas curiosas pero muy dulces. Era un detalle que se interesara por aquellas cosas.
“¿Y tú?” preguntó devolviéndole las preguntas.

Entonces se giró con algo de brusquedad. Se acababa de dar cuenta de algo importantísimo y evidente.
“si nos casamos… tu serás el faraón.” Dijo mirándolo sonriente. “¿te imaginas?” dijo más para ella misma. “se me hace raro pensar que serás faraón… pero no me malinterpretes, creo que serás un gran faraón.” dijo apoyando su cabeza en el pecho de Sed.
“Tu padre estará muy orgulloso. Seguro que se arrepentirá de haberte tratado tan mal… Y tu madre dará saltos de alegría.” Dijo imaginándose la reacción de los padres de Sed.

Rieron, jugaron como niños, se abrazaron, se besaron. ¿Podían ser más felices?
Nefertari no quiso hacer ninguna referencia al padre de Sed. Penó que quizás sería mejor no tocar esa herida abierta. Entonces, casi a la vez que Sed, pensó en su madre.
“Tu madre debe de estar preocupada por ti. ¿Has enviado a algún mensajero?” preguntó rodeando con sus brazos el cuello de Sed, hablándole desde cerca.
“No sabe nada de ti desde hace días… mañana deberías ir a verla.” sugirió la joven.

“estoy segura de que serás el mejor faraón de la historia” dijo sonriendo ante sus propuestas.
Lo miraba, con una sonrisa dulce, lo escuchaba con atención, era gracioso que lo primero en lo que pensara fuera en aquello. La mayoría de hombres hubieran pensado en el poder, en las riquezas, pero él no.
“Creo que los dioses querían que fueras faraón desde el día en que naciste.” Dijo ella.
“Si lo piensas bien, todo ha ocurrido ‘por casualidad…me encontraste, me salvaste, nos atacaron, te hirieron, viniste al palacio, vino tu madre y pensó que éramos pareja, y ahora nos volvemos a encontrar por ese juego de azar de los dioses.” Dijo justo antes de mirar hacia el cielo para volver a ver a la pareja.

“Creo que nos tienen envidia” bromeó refiriéndose a la pareja del firmamento.
Había empezado a hacer frío, así que hicieron una hoguera y se sentaron delante de ella. Y empezaron a contar divertidas anécdotas sobre algunas de sus niñerías y no tan niñerías ((yo les gano con el sable láser (HH) )).

“Aún no has respondido a tus propias preguntas… ¿recuerdas?”dijo ella. “Has viajado mucho? Tienes hermanos o hermanas?”dijo sumándolas a las ya hechas por Sed.
“Oh, y una más: ¿que pensaste de mi cuando me viste por primera vez? Recuerdo que fui demasiado… ¿cuál es la palabra? ¿Altiva? Creo que sí. Sigo sin entender porque no me dejaste allí, tratándote como te traté.” Dijo algo avergonzada.